Este primer domingo de Octubre, festejamos, en Santiago, la solemnidad de nuestra Santa Patrona cuya fiesta fue el pasado viernes 3 de Octubre... el altar del Sacrificio rebosaba de rosas; símbolo de las gracias que se abrogó "la Santa más grande de los tiempos modernos" al decir del Papa San Pío X refiriéndose a Santa Teresita... símbolo, de las gracias, desarrollado y hecho audible en el excelente sermón en la Misa del P. Roque que nos acompaña por un tiempo. Para quienes no pudieron oírlo, pueden leerlo:
La celebridad de Santa Teresita del Niño Jesús a veces se basa en un malentendido. En efecto, por algunos de sus aspectos, su santidad nos parece más fácil que otras, incluso, puede parecer ser una santidad rebajada. Una lectura superficial de los manuscritos autobiográficos pueden hacernos creer que para ser una santa, basta con ser una pequeña muchacha gentil, con hermanas mayores sacrificadas y un papá muy atento. En efecto, Santa Teresita no se libró a actos de mortificación extraordinaria, a lo menos, no más de que lo pedía la regla del Carmelo. Supo dar una gran fidelidad en las pequeñas cosas, se tiene la tendencia no retener más que las pequeñas cosas y a olvidar la gran fidelidad.
No hay que engañarse, Santa Teresita dio prueba durante toda su vida de una enorme fuerza, cuando por ejemplo pide entrar al Carmelo a 15 años, no dudará en llegar hasta Roma a pedir este permiso al Papa. Esta fuerza supo triunfar de todas las pruebas que conoció, comenzando por la muerte de su madre a la edad de cuatro años y medio, cuatro años más tarde, su segunda madre, Paulina, parte al Carmelo y menos de un año después de su entrada al convento, ve a su padre encerrado en un hospital psiquiátrico. Estos son algunos de los sufrimientos familiares; pero está, sobre todo, su enfermedad: la tuberculosis. Santa Teresita sufre mucho del frío de la humedad helada de algunos inviernos normandos. Nunca hay que olvidar que Santa Teresita murió de frío, tras una agonía especialmente terrible, en una gran prueba de fe.
Una anécdota ilustra perfectamente esta fortaleza en las pruebas: una noche que tosía mucho, comenzó a escupir sangre en su pañuelo. Pero como la regla prohibe encender una vela en la noche, ella esperará a la mañana para constatar la mancha sobre en su pañuelo. El respeto de la regla es heroico, ¿quién no habría juzgado esta situación bastante importante para encender inmediatamente su vela? No, Santa Teresita esperará hasta la mañana, controlando una impaciencia o una preocupación de sí misma, por obediencia a la santa regla. Su reacción ante esta expectoración de sangre es aún más admirable: en vez de asustarse y de llamar a un médico, de pedir permanecer en la cama porque estaba enferma, Santa Teresa está llena de alegría. Ve en este síntoma de su enfermedad la señal de la visita de su prometido, de Jesucristo que la llama a unírsele en la eternidad. Es necesaria una fuerza de alma extraordinaria para ver allí una marca del amor de Dios.
¿Cuántos se han rebelado contra Dios en la enfermedad o en la prueba? Santa Teresita acoge al contrario esta enfermedad con alegría: Jesús la llama... Jesús vino a visitarla..., Jesús le pide unirse a los sufrimientos del Calvario, ella se ofrece como víctima al amor misericordioso. Esta reacción debe acercarse a la palabra de Nuestro Señor, justo antes de conocer la agonía en el Gólgota: "He deseado con un gran deseo comer esta pascua con vosotros ".
El Evangelio de San Juan nos muestra bien la orientación de la vida de Jesús hacia “su hora”, hacia el Calvario. Santa Teresita imita a su divino Maestro, no solamente aceptando cristianamente su muerte, sino deseando unirse a los sufrimientos del Cristo conservando esta alegría incomprensible para el mundo.
El sufrimiento permite la alegría ya que ella pasa a ser un lugar privilegiado de la comunión con Cristo en primer lugar, con los que sufren a continuación. “El propio sufrimiento pasa a ser la mayor de las alegrías cuando se le busca como el más precioso de los tesoros " escribe ella. Dice en otra parte: “Sufrí mucho desde que estoy en la tierra, pero si en mi infancia sufrí con tristeza, no es ya así como sufro ahora, es en la alegría y en la paz, soy verdaderamente feliz de sufrir. “
Distamos mucho de esta imagen de la pequeña muchacha que lanza flores un poco por todas partes en la campaña normanda. Para llegar a tal grado de santidad, Santa Teresita nos indica este camino que se ha llamado la pequeña vía o la vía de infancia. Ella parte de una constatación que todos podemos hacer: hay una divergencia considerable entre el deseo y la realidad.
Santa Teresita recibió un excelente catecismo, su hermana Paulina la preparó muy bien a su primera comunión, recibió un ideal muy alto de la perfección cristiana. Siempre ha querido dar gusto a su familia, al buen Dios añadiendo perlas a su corona. Pretenderá seguir el ideal muy elevado del Carmelo en el respeto de la regla y en la lectura de los grandes autores carmelitas: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. Pero después de algunos años en el Carmelo, es como grano de arena al pie de una montaña cuya cumbre se pierde en las nubes. Conoce arideces en su vida de oración, se duerme incluso durante la oración.
¡Qué humillación para una carmelita! podría entonces desanimarse replegarse sobre ella misma, sobre su sentimiento de miseria.
Pero responde a esto por un acto de fe profunda en Dios que no puede ni engañarnos, ni decepcionarnos. Se ve que hay en el origen de este movimiento un gran deseo, un gran deseo de santidad, de unión a Dios, de perfección. La santidad de todos debe comenzar por este gran deseo, este acto de fe es nuestra respuesta activa a la llamada de Dios, nuestra propia respuesta. Podemos creer en este deseo de amar a Dios sin límite y sin fin, puesto que es un don de Dios que no nos miente.
Para llegar a esta cumbre de santidad y unión a Dios, santa Teresita va simplemente a tomar el ascensor: puesto que sola soy incapaz de subir la montaña del Carmelo , voy a subirla en los brazos de Jesús. El ascensor de Santa Teresita: ¡son los brazos de Jesús! Eso podría parecer simple e infantil, y con todo: esta imagen pone de manifiesto que el medio empleado para llegar al Cielo es también el fin de nuestra santidad. Ya se está en la meta cuando se está en camino. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.
No se trata de creer que se podrá encontrar con Dios un día, se trata de reconocer que ya es El quien nos lleva con amor. Podemos estar con El a partir de hoy. Nuestras imperfecciones, nuestros límites, nuestra miseria son otras tantas oportunidades de dejarnos llevar por Dios porque son otras tantas razónes para abandonarnos en la misericordia de Dios. Esto se inscribe perfectamente en el misterio de la Encarnación: Cristo ha asumido nuestra condición humana viviendo al mismo tiempo en la perfecta unión con Su Padre. Jesús vino a hasta nosotros para tomarnos, tal cual como somos y atraernos hacia El, hasta el Cielo.
Entonces sepamos seguir el ejemplo dado por Santa Teresita, a partir de un gran deseo de santidad, lancémonos con confianza en los brazos de Nuestro Señor, encontraremos ciertamente la cruz pero, sobre todo, guardaremos este fruto del Espíritu Santo: la alegría que emana de esta unión divina.
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