Jueves 26 de junio de 2008, por El secretario
Muy queridos amigos,
No respondo hoy a ninguna cuestión: vengo a pedirles oraciones por mis amigos, mis hermanos, de la Fraternidad San Pío X. A la víspera del “ultimatum ” romano, que veíamos venir desde hace años, el Padre Héry, el Padre de Tanoüarn, el Padre Aulagnier, algunos otros y yo, nos embarga una profunda tristeza, casi mortal. Salvo un milagro, que sólo de montañas de oraciones podría arrancar del cielo, conocemos suficientemente a nuestros antiguos colegas y siempre amigos para saber que su decisión colectiva de los próximos días debería enviar la propuesta romana a las calendas griegas. ¡Desgraciadamente!
¡Qué desperdicio inconmensurable para la Iglesia ! Todo en su actitud desde hace años (y mucho antes de nuestras dificultades con ellos) demuestra un sistema de pensamiento y de relaciones con las autoridades que induce la conclusión hacia la cual se encamina hoy, de un rechazo práctico de toda autoridad en la Iglesia. No pienso sólo a la conferencia escandalosa de Monseñor Tissier que he, el único, estigmatizado como se debe en este blog; pienso en las contradicciones reivindicadas de Monseñor Fellay que oscila desde años entre dos posiciones contradictorias : acuerdos doctrinales en primer lugar y solución practican más tarde (y en consecuencia nunca) o acuerdos prácticos posibles y varias generaciones para expurgar los contenciosos doctrinales. Sus pedidos de debates doctrinales y, cuando se los propone, su negativa a asistir. Sus orgullos amarillos no solamente de no responder a los correos de sus Eminencias romanas. Los panfletos, insignificantes en sí mismos pero insultando a pesar de todo, de jóvenes sacerdotes de 25 años que ensucian a Roma y a su obispo sin nunca ninguna puesta a punto ni reprobación de sus superiores…
Monseñor Lefebvre no usaba absolutamente de este modo. Su respeto de la Autoridad romana era legendario hasta el punto que el único reproche serio que alguna vez se le pudo hacer fue de orden canónico: consagraciones sin mandato pontificio. Sus ataques eran virulentos, cierto, pero siempre exclusivamente doctrinales: no comprendemos, no podemos aceptar; es contrario al catecismo, al magisterio de la Iglesia, a la enseñanza de mis maestros… Todo excepto ser un juez de Roma; frente a la crisis, un simple cristiano de una rara humildad que hace saber, como los otros, que no comprende más. Es con las lágrimas en los ojos que hablaba de Roma y con la voz acongojada que evocaba a los papas Pablo VI y Juan Pablo II. ¿Alguna ves se le oyó, siquiera sólo una, llamar al uno Montini y al otro Wojtila? ¿Olvidaron que expulsó de la FSSPX todos los que se negaban a reconocer estos papas y a nombrarlos al canon? Soy testigo personal que, joven subdiácono en 1978, en el momento en que Monseñor comienza a plantearse seriamente la cuestión de las consagraciones, preguntado sobre el personaje de Pablo VI y sus equívocos, él se limita a soplar profundamente y de elevar los ojos hacia el cielo… se piensa obviamente en el rey David que se negó siempre a levantar las manos, e inclusive su juicio, sobre el ungido del Señor (por este solo motivo) e hizo perecer sistemáticamente a todos los que se arriesgaron a esto.
Las cinco condiciones romanas para un acuerdo posible entre Roma y Ecône son estupefacientes, aturdidoras: ¡conciernen todas, no a la posición de un obispo en la Iglesia, sino a la de un simple cristiano! ¿Se debe aún tener respeto por el Romano Pontífice? ¿Es necesario respetar su persona? ¿Se puede prevalerse de un Magisterio que supera el suyo? Es absolutamente seguro que el día en que la conferencia de Monseñor Tissier llegó al escritorio del papa, lo que pasa hoy era ineludible y se puede simplemente agradecer a Dios que el “dulce Cristo en la tierra”, como lo llamaba santa Catalina de Siena (¡que sin embargo apenas lo trataba con miramiento!) haya soportado por tanto tiempo estas injurias, mucho más infamantes sin embargo para su autor que para su destinatario…
"Es pues patente que, no solamente es necesario aceptarlos, sino que sería indecente, deshonroso rechazarlos. De todos modos de un obispo se puede esperar -su aceptación- incluso de alguien que sea simplemente cristiano. ¿Van pues a aceptarlos? Y allí es que se produce el colmo. Al rechazarlos, según criterios doctrinales que juzgan de un Pontífice Romano que por todas partes trae la doctrina católica, van simplemente a olvidar lo principal y lo único necesario para un acuerdo práctico que se les ofrece en bandeja. Práctica por práctica, es necesario ser práctico. La cuestión no es obviamente Roma y el justo respeto que exige con derecho; ¿qué de más normal? La cuestión consiste en saber cómo se recibirá a estos numerosos sacerdotes in situ. ¿Les darán parroquias? ¿Serán considerados como sacerdotes de segunda, subsacerdotes? ¿Roma los apoyará concretamente, prácticamente, en el terreno? ¿Se puede esperar una parroquia personal de forma extraordinaria en todas las grandes ciudades del mundo, como lo desea el Cardenal Castrillón Hoyos para Inglaterra? ¿Van a exigir mañana que celebren o concelebren la forma ordinaria para probar una comunión que hoy se pretende dársela plenamente? ¿Simplemente se van a regularizar todas sus casas de hoy sin ninguna garantía de poder mañana abrir una sola? En una palabra como en mil, ¿De verdad se les va a dejar hacer una experiencia leal de la Tradición, con los medios combinados, tal como lo soñó, sin obtenerlo, Monseñor Lefebvre? ¿Puede Roma prometer seriamente esto? ¿Y quién lo podría fuera de Ella ?"
Estas son las verdaderas cuestiones; a mi juicio las únicas verdaderas. Y cada uno sabe que fue sólo por este motivo concreto (además que tienen obispos y que Mons. Lefebvre no tenía) que este último denunció los acuerdos del 5 de mayo de 1988, no obstante firmados por él. No olviden que uno de los raros obispos que nos disculpó, iba a decir nos sostuvo, en 1988 fue el Cardenal Ratzinger, desde Santiago de Chile. Necesitaron casi un año para agradecerle, bien tímidamente, su Motu Proprio. Cada una de sus aclaraciones doctrinales los dejó indiferentes o críticos.
¿Saben cómo se hará el mañana? Sí; aún hay errores extendidos un poco por todas partes. Sí; la crisis en la Iglesia no ha terminado. Pero ¿estamos seguros de no experimentar aún hoy los efectos del jansenismo? Y ¿entonces los del modernismo ? Esperar que la Iglesia ya no esté agitada por nada, es esperar la Jerusalén celestial despreciando la actual, que rema y que sufre hasta el fin del mundo.
No tengo ningún consejo que dar a nadie, menos a mis colegas de ayer y amigos de hoy, siempre. No los recibirían y los comprendo fácilmente. Que me baste pues de decirles que rezo y hago rezar por ustedes. ¡En sus filas, yo no lo cedía a nadie el puesto en determinación y pugnacidad! Pero el tiempo pasó, los datos y la hora histórica son nuevos. Todos nos aterraríamos de una división en sus filas o, peor aún, de una terquedad unánime y desastrosa que reduciría nuestra querida Fraternidad al nivel de algún Montanismo desesperado o de alguna pequeña iglesia sin mañana. Guardo confianza que el gran Obispo que me ordenó y que los fundó no lo permitirá, en su amor por Roma y el sacerdocio romano.
Padre Philippe Laguérie
P.S. Se leerá con fruto el magnífico texto del Padre de Tanoüarn en su Meta-Blog.
2 comentarios:
Como siempre, la más-que-lúcida respuesta de uno de los mejores sacerdotes católicos que conozco. Enhorabuena, Pater.
Como siempre, admirable y magnífica la pluma del Abbé. Lástima que Francia esté tan lejos.
AMDG +
Ramón López
Juventutem de Argentina
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