sábado 3 de mayo de 2008, por El secretario
Reverendo Padre,
¿La joven mujer que perdió la vida intentando salvar a su hijo de tres años es en verdad su sobrina? Ambos fallecieron en las llamas o en la humareda. En caso afirmativo, con su Fe a toda prueba, ¿qué piensa de los juicios de Dios?
Bien respetuosamente.
Cecilia P. (Vannes)
Queda un marido que perdió todo: su deliciosa mujer, un querubín de cuatro años, más de angélico que terrestre, y la promesa abortada de colmar de nuevo a esta mujer que hace su alegría. Una madre afectuosa, mi hermana Brigitte, y orgullosa con eso, especialmente de su primogénita que, mezcla sutil de razón y ternura, representa la sabiduría y la referencia de los otros ocho. Padres consternados que ven, en un abrir y cerrar de ojos, pasar sus hijos, trabajadores, eficaces, merecedores, felicidad al horror.
Bien puedo asegurarles mis oraciones, es verdad. Puedo contarles mi emoción y pueden creerla, aunque me no gustan a los hombres que lloran. Puedo, y lo hice como se debe, celebrar el sacrificio del Cristo por todos ellos… Esperan también de mi, sacerdote de Jesucristo para siempre que les de las razones, los porqués, los comos.
Les reconozco mi ingenuidad de esta tarde: releí las tres resurrecciones de Nuestro Señor narradas en los Evangelios: ¿cómo hace, El, en similares circunstancias? Muy rápido debí abandonar esta pista: “Yo soy la resurrección y la vida…” Este Jesús, siempre seguro de su acto (“sé que me escucháis siempre”) sabe pues perfectamente que va a resucitar a Lázaro dentro de dos minutos y en dos palabras, no está menos emocionado hasta las lágrimas. No llora, por favor; se perturba en su espíritu (infremuit spiritu) y sus ojos se llenan de lágrimas (lacrimatus est) lo que no es la misma cosa. ¿Pero cómo reproducir esta mezcla tan sorprendente de soberana seguridad y exquisita delicadeza? Se puede ser sublime (sub limen) pero no se podría alcanzar y superar este límite máximo donde, sólo Jesucristo, evoluciona naturalmente…
El pensamiento mismo de discutir con Dios, de pedirle cuentas o de citarlo a comparecer y dar razón de sus decisiones, es de tal manera extraño a la educación recibida entre los Laguérie que no me pasó por el espíritu. Esta odiosa costumbre entre nuestros contemporáneos de sólo acordarse de Dios para abrumarlo de reproches mientras que lo desprecian en el día a día, sólo me inspira piedad y aversión. Estoy con Dios, ayer, hoy y por siempre y hago mías las palabras de Teresita: “aunque Dios me matara, no dejaría de esperar en El”. En cuanto a los espíritus pequeños que intentarían esta blasfemia, tengo a su disposición un arsenal impresionante de las frases más fuertes de la Escritura. Job comprendió muy rápidamente, que, a ese jueguito, reconoce que Dios no le deja el tiempo de pasar su saliva: “Dónde estabas tu cuando colocaba los fundamentos de la tierra y que intimaba al océano: aquí se romperá el orgullo de tus olas”. Pero sobre todo: ¡“O profundidad inagotable de la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Que sus juicios son insondables e impenetrables sus vías! Quién conoció el pensamiento del Señor; ¿quién nunca ha sido su consejero? ¿O, que le dio a El primero para ser pagado en recompensa? ” San Pablo, por supuesto, (Rom 11, 33) citando a Isaías y a Job. Es casi íntegramente que habría que citar también el primer capítulo de la primera a los Corintios: “¿dónde está el sabio? ¿Dónde el doctor? ¿Dónde el disputador de este siglo? ¿Dios no convenció de locura la sabiduría de este mundo? … »
Ahora ¿Por qué Hélène? ¿Por qué Ferdinand? ¿Por qué tan jóvenes y tan hermosos, en lo físico y mucho más aún en lo moral? Desde cuando se renunció, por la Fe y en ella, a contestar la sabiduría de la Providencia de Dios y se comprendió que Ella dispone todo con suavidad, se ve más claro. ¿De todos nosotros, en verdad, quién era el que mejor estaba dispuesto a comparecer ante Dios y entrar en la vida eterna? ¿Los jóvenes, aún no hechos? ¿Los otros, a mitad deshechos? ¿Los viejos, que sólo deben serlo a la misericordia y la paciencia de Dios? Hélène tenía sobre todos nosotros esta prerrogativa que nadie le contestará: muy joven había alcanzado una madurez y una plenitud en la Fe y la Caridad. Verdadera hija primogénita de su numerosa familia, en el sentido que empleábamos esta expresión para designar a Francia en el seno de la iglesia, personificaba una sabiduría, una referencia que se plantea y se impone en la dulzura…, cuando pequeña me divertía en llamarla Aristóteles. Su piedad hacia la cruz y el vía crucis, tal como ocurre con su patrona, la madre de Constantino, la había ya sustraído a los halagos de este mundo. Llena de vida y de sonrisa, sin embargo, no tenía en absoluto un pie en la tumba; ¡pero ya tenía uno en el cielo y qué divina lógica que de reunirlos más bien del buen lado! tanto más que este último paso es un paso de gigante, el de la generosidad maternal, instintiva, sin duda, pero perfectamente asumida y consentida. Seguramente habrá percibido el espesor desesperante de la humareda: que importa, no dejará solo el fruto de sus entrañas y su suerte será común. Se va en el ejemplo de una vida dada, ofrecida, para la única oveja de su pequeño redil, que ella mantiene aún y siempre cuando llegan juntos a las praderas eternas…
Es decirte, querida Hélenita, que estoy muy orgulloso ti. Te abrazo muy fuerte y te bendigo aún más fuerte.
P.S. Los funerales de Hélène y Ferdinand tendrán lugar el lunes 5 de mayo a las 10h30 en la iglesia San Clemente de Nantes y se enterrarán en el cementerio de Solignac en Haute-Vienne (87).
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